En los últimos años, hemos asistido al auge del concepto «participación ciudadana», especialmente en el ámbito de la política. Como suele ocurrir, este auge no viene exento de polémica y tiene sus riesgos. Al igual que sucedió con el término «sostenibilidad», la participación puede quedar relegada a ser una cortina de humo tras la que esconder determinados tipos de despotismos políticos. Un ejemplo claro lo tenemos en Holanda; en septiembre de 2013 el rey Guillermo Alejandro anunció «el paso hacia una sociedad participativa» para justificar el desmantelamiento del Estado del bienestar a través de políticas neoliberales y los recortes más duros que dicho país haya sufrido.